Actividad

En tranvía

Personajes:

Emilia Pardo Bazán (Condesa de Pardo Bazán)

Tema: La narrativa del XIX

Competencias

Competencia en Comunicación Lingüística

Competencia Personal, social y de aprender a aprender

Competencia Ciudadana

Competencia en conciencia y expresiones culturales

Materias y cursos por Sistema Educativo

España > Lengua Castellana y Literatura > 3º ESO > Educación literaria

Enunciado

<img title="Women's Legacy logo" src="//inclusion.womenslegacyproject.eu/images/LogoWL.svg" /><hr />Lee el siguiente relato en el que Emilia Pardo Baz&aacute;n nos ofrece un cuadro social de enorme dureza y contesta a las posteriores preguntas.
Los &uacute;ltimos fr&iacute;os del invierno ceden el paso a la estaci&oacute;n primaveral, y algo de fluido germinador flota en la atm&oacute;sfera y sube al pur&iacute;simo azul del firmamento. La gente, volviendo de misa o del matinal correteo por las calles, asalta en la Puerta del Sol el tranv&iacute;a del barrio de Salamanca. Llevan las se&ntilde;oras sencillos trajes de ma&ntilde;ana; la blonda de la mantilla envuelve en su penumbra el brillo de las pupilas negras; arrollado a la mu&ntilde;eca, el rosario; en la mano enguantada, ocultando el pu&ntilde;o del encas<a href="applewebdata://6323E624-6344-408E-B39E-84096E7DB7CE#_ftn1" name="_ftnref1">[1]</a>, un haz de lilas o un cucurucho de dulces, pendiente por una cintita del dedo me&ntilde;ique. Algunas van acompa&ntilde;adas de sus ni&ntilde;os: &iexcl;y qu&eacute; ni&ntilde;os tan elegantes, tan bonitos, tan bien tratados! Dan ganas de com&eacute;rselos a besos; entran impulsos invencibles de juguetear, enredando los dedos en la ondeante y pesada guedeja rubia que les cuelga por las espaldas.
En primer t&eacute;rmino, casi frente a m&iacute;, descuella un &laquo;beb&eacute;&raquo;<a href="applewebdata://6323E624-6344-408E-B39E-84096E7DB7CE#_ftn2" name="_ftnref2">[2]</a> de pocos meses. No se ve en &eacute;l, aparte de la carita regordeta y las rosadas manos, sino encajes, tiras bordadas de ojetes, lazos de cinta, blanco todo, y dos bolas envueltas en lana blanca tambi&eacute;n, bolas impacientes y danzarinas que son los piececillos. Se empina sobre ellos, pega brincos de gozo, y cuando un caballero cuarent&oacute;n que va a su lado &ndash;probablemente el pap&aacute;&ndash; le hace una caranto&ntilde;a o le enciende un f&oacute;sforo, el mam&oacute;n se r&iacute;e con toda su boca de viejo, babosa y desdentada, irradiando luz del cielo en sus ojos puros. M&aacute;s all&aacute;, una ni&ntilde;a como de nueve a&ntilde;os se arrellana en postura desde&ntilde;osa e indolente, cruzando las piernas, luciendo la fina canilla cubierta con la estirada media de seda negra y columpiando el pie calzado con zapato ingl&eacute;s de charol. La futura mujer hermosa tiene ya su dosis de coqueter&iacute;a; sabe que la miran y la admiran, y se deja mirar y admirar con oculta e &iacute;ntima complacencia, haciendo un moh&iacute;n equivalente a &laquo;Ya s&eacute; que os gusto; ya s&eacute; que me contempl&aacute;is&raquo;. Su cabellera, apenas ondeada, limpia, igual, frondosa, magn&iacute;fica, la envuelve y la rodea de un halo de oro, flotando bajo el sombrero ancho de fieltro, nubado por la gran pluma gris. Apretado contra el pecho lleva envoltorio de papel de seda, probablemente alg&uacute;n juguete fino para el hermano menor, alguna sorpresa para la mam&aacute;, alg&uacute;n lazo o mo&ntilde;o que la impuls&oacute; a adquirir su tempranera presunci&oacute;n. M&aacute;s all&aacute; de este capullo cerrado va otro que se entreabre ya, la hermana tal vez, linda criatura como de veinte a&ntilde;os, tipo afinado de morena madrile&ntilde;a, sencillamente vestida, tocada con una capotita casi invisible, que realza su perfil delicado y serio. No lejos de ella, una matrona arrogante, reci&eacute;n empolvada de arroz, baja los ojos y se reconcentra como para so&ntilde;ar o recordar.
Con semejante tripulaci&oacute;n, el plebeyo tranv&iacute;a reluce orgullosamente al sol, ni m&aacute;s ni menos que si fuese land&oacute; forrado de rasol&iacute;s<a href="applewebdata://6323E624-6344-408E-B39E-84096E7DB7CE#_ftn3" name="_ftnref3">[3]</a>, arrastrado por un tronco ingl&eacute;s leg&iacute;timo. Sus vidrios parecen di&aacute;fanos; sus botones de metal deslumbran; sus mulas trotan briosas y gallardas; el conductor arrea con voz animosa, y el cobrador pide los billetes atento y sol&iacute;cito, ofreciendo en adem&aacute;n cort&eacute;s el pedacillo de papel blanco o rosa. En vez del olor chotuno que suelen exhalar los cargamentos de obreros all&aacute; en las l&iacute;neas del Pac&iacute;fico y del Hip&oacute;dromo, vagan por la atm&oacute;sfera del tranv&iacute;a emanaciones de flores, vaho de cuerpos limpios y brisas del iris de la ropa blanca. Si al hacerse el pago cae al suelo una moneda, al buscarla se entrev&eacute;n piececitos chicos, tacones Luis XV, encajes de enaguas y tobillos menudos. A medida que el coche avanza por la calle de Alcal&aacute; arriba, el sol irradia m&aacute;s e infunde mayor alborozo el bullicio dominguero, el gent&iacute;o que hierve en las aceras, el r&aacute;pido cruzar de los coches, la claridad del d&iacute;a y la templanza del aire. &iexcl;Ah, qu&eacute; alegre el domingo madrile&ntilde;o, qu&eacute; aristocr&aacute;tico el tranv&iacute;a a aquella hora en que por todas las casas del barrio se oye el choque de platos, nuncio del almuerzo, y los fruteros de cristal del comedor solo aguardan la escogida fruta o el apetitoso dulce que la due&ntilde;a en persona eligi&oacute; en casa de Martinho o de Prast!
Una sola mancha not&eacute; en la composici&oacute;n del tranv&iacute;a. Es cierto que era negr&iacute;sima y fe&iacute;sima, aunque acaso lo pareciese m&aacute;s en virtud del contraste. Una mujer del pueblo se acurrucaba en una esquina, agasajando entre sus brazos a una criatura. No cab&iacute;a precisar la edad de la mujer; lo mismo podr&iacute;a frisar en los treinta y tantos que en los cincuenta y pico. Flaca como una espina, su mant&oacute;n pardusco, tan tra&iacute;do como llevado, marcaba la exig&uuml;idad de sus miembros: dir&iacute;ase que iba colgado en una percha. El mant&oacute;n de la mujer del pueblo de Madrid tiene fisonom&iacute;a, es elocuente y delator: si no hay prenda que mejor realce las airosas formas, que mejor acent&uacute;e el provocativo meneo de cadera de la arrebatada chula, tampoco la hay que m&aacute;s revele la s&oacute;rdida miseria, el cansado desaliento de una vida aperreada y angustiosa, el encogimiento del hambre, el supremo indiferentismo del dolor, la absoluta carencia de pretensiones de la mujer a quien marchit&oacute; la adversidad y que ha renunciado por completo, no solo a la esperanza de agradar, sino al prestigio del sexo.
Sospech&eacute; que aquella mujer del mant&oacute;n ceniza, pobre de solemnidad sin duda alguna, padec&iacute;a amarguras m&aacute;s crueles a&uacute;n que la miseria. La miseria a secas la acepta con feliz resignaci&oacute;n el pueblo espa&ntilde;ol, hasta poco hace ajeno a reivindicaciones socialistas. Pobreza es el sino del pobre y a nada conduce protestar. Lo que vi escrito sobre aquella faz, m&aacute;s que p&aacute;lida, l&iacute;vida; en aquella boca sumida por los cantos, donde la risa parec&iacute;a no haber jugado nunca; en aquellos ojos de p&aacute;rpados encarnizados y sanguinolentos, abrasados ya y sin llanto refrigerante, era cosa m&aacute;s terrible, m&aacute;s excepcional que la miseria: era la desesperaci&oacute;n.
El ni&ntilde;o dorm&iacute;a. Comparado con el pelaje de la mujer, el de la criatura era flamante y decoroso. Sus medias de lana no ten&iacute;an desgarrones; sus zapatos bastos, pero fuertes, se hallaban en un buen estado de conservaci&oacute;n; su chaqueta gorda sin duda le preservaba bien del fr&iacute;o, y lo que se ve&iacute;a de su cara, un cachetito sofocado por el sue&ntilde;o, parec&iacute;a limpio y lucio. Una boina colorada le cubr&iacute;a la pelona. Dorm&iacute;a tranquilamente; ni se le sent&iacute;a la respiraci&oacute;n. La mujer, de tiempo en tiempo y como por instinto, apretaba contra s&iacute; al chico, palp&aacute;ndole suavemente con su mano descarnada, denegrida y temblorosa.
El cobrador se acerc&oacute; librillo en mano, revolviendo en la cartera la calderilla. La mujer se estremeci&oacute; como si despertase de un sue&ntilde;o, y registrando en su bolsillo, sac&oacute;, despu&eacute;s de exploraciones muy largas, una moneda de cobre.
&ndash;&iquest;Ad&oacute;nde?
&ndash;Al final.
&ndash;Son quince c&eacute;ntimos desde la Puerta del Sol, se&ntilde;ora &ndash;advirti&oacute; el cobrador, entre rega&ntilde;&oacute;n y compadecido&ndash;, y aqu&iacute; me da usted diez.
&ndash;&iexcl;Diez!... &ndash;repiti&oacute; vagamente la mujer, como si pensase en otra cosa&ndash;. Diez...
&ndash;Diez, s&iacute;; un perro grande<a href="applewebdata://6323E624-6344-408E-B39E-84096E7DB7CE#_ftn4" name="_ftnref4">[4]</a>... &iquest;No lo est&aacute; usted viendo?
&ndash;Pero no tengo m&aacute;s &ndash;replic&oacute; la mujer con dulzura e indiferencia.
&ndash;Pues quince hay que pagar &ndash;advirti&oacute; el cobrador con alguna severidad, sin resolverse a gru&ntilde;ir demasiado, porque la compasi&oacute;n se lo vedaba.
A todo esto, la gente del tranv&iacute;a comenzaba a enterarse del episodio, y una se&ntilde;ora buscaba ya su portamonedas para enjugar aquel insignificante d&eacute;ficit.
&ndash;No tengo m&aacute;s &ndash;repet&iacute;a la mujer porfiadamente, sin irritarse ni afligirse.
Aun antes de que la se&ntilde;ora alargase el perro chico, el cobrador volvi&oacute; la espalda encogi&eacute;ndose de hombros, como quien dice: &laquo;De estos casos se ven algunos&raquo;. De repente, cuando menos se lo esperaba nadie, la mujer, sin soltar a su hijo y echando llamas por los ojos, se incorpor&oacute;, y con acento furioso exclam&oacute;, dirigi&eacute;ndose a los circunstantes:
&ndash;&iexcl;Mi marido se me ha ido con otra!
Este frunci&oacute; el ce&ntilde;o, aquel reprimi&oacute; la risa; al pronto cre&iacute;mos que se hab&iacute;a vuelto loca la infeliz para gritar tan desaforadamente y decir semejante incongruencia; pero ella ni siquiera advirti&oacute; el movimiento de extra&ntilde;eza del auditorio.
&ndash;Se me ha ido con otra &ndash;repiti&oacute; entre el silencio y la curiosidad general&ndash;. Una ladronaza pint&aacute; y revoc&aacute;, como una par&eacute;. Con ella se ha ido. Y a ella le da cuanto gana, y a m&iacute; me hart&oacute; de palos. En la cabeza me dio un palo. La tengo rota. Lo peor, que se ha ido. No s&eacute; d&oacute;nde est&aacute;. &iexcl;Ya van dos meses que no s&eacute;!
Dicho esto, cay&oacute; en su rinc&oacute;n desplomada, ajust&aacute;ndose maquinalmente el pa&ntilde;uelo de algod&oacute;n que llevaba atado bajo la barbilla. Temblaba como si un hurac&aacute;n interior la sacudiese, y de sus sanguinolentos ojos ca&iacute;an por las demacradas mejillas dos ardientes y chicas l&aacute;grimas. Su lengua articulaba por lo bajo palabras confusas, el resto de la queja, los detalles crueles del drama dom&eacute;stico. O&iacute; al se&ntilde;or cuarent&oacute;n que encend&iacute;a f&oacute;sforos para entretener al mamoncillo murmurar al o&iacute;do de la dama que iba a su lado.
&ndash;La desdichada esa... Comprendo al marido. Parece un trapo viejo. &iexcl;Con esa jeta y ese ojo de perdiz que tiene!
La dama tir&oacute; suavemente de la manga al cobrador, y le entreg&oacute; algo. El cobrador se acerc&oacute; a la mujer y le puso en las manos la d&aacute;diva.
&ndash;Tome usted... Aquella se&ntilde;ora le regala una peseta.
El contagio obr&oacute; instant&aacute;neamente. La tripulaci&oacute;n entera del tranv&iacute;a se sinti&oacute; acometida del ansia de dar. Salieron a relucir portamonedas, carteras y saquitos. La colecta fue tan repentina como relativamente abundante.
Fuese porque el acento desesperado de la mujer hab&iacute;a ablandado y estremecido todos los corazones, fuese porque es m&aacute;s dif&iacute;cil abrir la voluntad a soltar la primera peseta que a tirar el &uacute;ltimo duro, todo el mundo quiso correrse, y hasta la desde&ntilde;osa chiquilla de la gran melena rubia, comprendiendo tal vez, en medio de su inocencia, que all&iacute; hab&iacute;a un gran dolor que consolar, hizo un gesto mon&iacute;simo, lleno de seriedad y de elegancia, y dijo a la hermanita mayor: &laquo;Mar&iacute;a, algo para la pobre&raquo;. Lo raro fue que la mujer ni manifest&oacute; contento ni gratitud por aquel man&aacute; que le ca&iacute;a encima. Su pena se contaba, sin duda, en el n&uacute;mero de las que no alivia el roc&iacute;o de plata. Guard&oacute;, s&iacute;, el dinero que el cobrador le puso en las manos, y con un movimiento de cabeza indic&oacute; que se enteraba de la limosna; nada m&aacute;s. No era desd&eacute;n, no era soberbia, no era incapacidad moral de reconocer el beneficio: era absorci&oacute;n en un dolor m&aacute;s grande, en una idea fija que la mujer segu&iacute;a al trav&eacute;s del espacio, con mirada visionaria y el cuerpo en epil&eacute;ptica trepidaci&oacute;n.
As&iacute; y todo, su actitud hizo que se calmase inmediatamente la emoci&oacute;n compasiva. El que da limosna es casi siempre un egoist&oacute;n de marca, que se perece por el golpe de varilla transformador de l&aacute;grimas en regocijo. La desesperaci&oacute;n absoluta le desorienta, y hasta llega a mortificarle en su amor propio, a t&iacute;tulo de declaraci&oacute;n de independencia que se permite el desgraciado. Dir&iacute;ase que aquellas gentes del tranv&iacute;a se avergonzaban unas miajas de su piadoso arranque al advertir que despu&eacute;s de una lluvia de pesetas y dobles pesetas, entre las cuales reluc&iacute;a un duro nuevecito, del nene, la mujer no se reanimaba poco ni mucho, ni les hac&iacute;a pizca de caso. Claro est&aacute; que este pensamiento no es de los que se comunican en voz alta, y, por lo tanto, nadie se lo dijo a nadie; todos se lo guardaron para s&iacute; y fingieron indiferencia aparentando una distracci&oacute;n de buen g&eacute;nero y hablando de cosas que ninguna relaci&oacute;n ten&iacute;an con lo ocurrido. &laquo;No te arrimes, que me estropeas las lilas&raquo;. &laquo;&iexcl;Qu&eacute; gran d&iacute;a hace!&raquo;. &laquo;&iexcl;Ay!, la una ya; c&oacute;mo estar&aacute; t&iacute;o Julio con sus prisas para el almuerzo...&raquo;. Charlando as&iacute;, encubr&iacute;an el hallarse avergonzados, no de la buena acci&oacute;n, sino del error o chasco sentimental que se le hab&iacute;a sugerido.
* * *
Poco a poco fue descarg&aacute;ndose el tranv&iacute;a. En la bocacalle de Goya solt&oacute; ya mucha gente. Sal&iacute;an con rapidez, como quien suelta un peso y termina una situaci&oacute;n embarazosa, y evitando mirar a la mujer inm&oacute;vil en su rinc&oacute;n, siempre tr&eacute;mula, que dejaba marchar a sus moment&aacute;neos bienhechores, sin decirles siquiera: &laquo;Dios se lo pague&raquo;. &iquest;Notar&iacute;a que el coche iba qued&aacute;ndose desierto? No pude menos de llamarle la atenci&oacute;n:
&ndash;&iquest;Ad&oacute;nde va usted? Mire que nos acercamos al t&eacute;rmino del trayecto. No se distraiga y vaya a pasar de su casa.
Tampoco me contest&oacute;; pero con una cabezada fatigosa me dijo claramente: &laquo;&iexcl;Quia! Si voy mucho m&aacute;s lejos... Sabe Dios, desde el cocher&oacute;n, lo que andar&eacute; a pie todav&iacute;a&raquo;.
El diablo (que tambi&eacute;n se mezcla a veces en estos asuntos compasivos) me tent&oacute; a probar si las palabras aventajar&iacute;an a las monedas en calmar alg&uacute;n tanto la ulceraci&oacute;n de aquella alma en carne viva.
&ndash;Tenga &aacute;nimo, mujer &ndash;le dije en&eacute;rgicamente&ndash;. Si su marido es un mal hombre, usted por eso no se abata. Lleva usted un ni&ntilde;o en brazos...; para &eacute;l debe usted trabajar y vivir. Por esa criatura debe usted intentar lo que no intentar&iacute;a por s&iacute; misma. Ma&ntilde;ana el chico aprender&aacute; un oficio y la servir&aacute; a usted de amparo. Las madres no tienen derecho a entregarse a la desesperaci&oacute;n, mientras sus hijos viven.
De esta vez la mujer sali&oacute; de su estupor; volviose y clav&oacute; en m&iacute; sus ojos irritados y secos, de horrible p&aacute;rpado ensangrentado y colgante. Su mirada fija remov&iacute;a el alma. El ni&ntilde;o, entre tanto, se hab&iacute;a despertado y estirado los bracitos, bostezando perezosamente. Y la mujer, agarrando a la criatura, la levant&oacute; en vilo y me la present&oacute;. La luz del sol alumbraba de lleno su cara y sus pupilas, abiertas de par en par. Abiertas, pero blancas, cuajadas, inm&oacute;viles. El hijo de la abandonada era ciego.
Pardo Baz&aacute;n, Emilia. (1890). &ldquo;En tranv&iacute;a&rdquo;, El Imparcial, 24-2-1890. Tomado de Cervantes Virtual &lt;<a href="http://www.cervantesvirtual.com/">http://www.cervantesvirtual.com/</a>&gt; (21/1/2022)
Las notas son nuestras
<ol>
<li> Resume la historia en ocho o nueve l&iacute;neas.</li>
<li> Se&ntilde;ala la idea principal.</li>
<li> Indica los s</li>
<li> Divide el relato en partes y explica de qu&eacute; trata cada una.</li>
<li> &iquest;Qui&eacute;n es el narrador? &iquest;Qu&eacute; tipo de narrador es?</li>
<li> &iquest;A qu&eacute; clase social pertenecen las personas que viajan en el tranv&iacute;a? &iquest;Qu&eacute; rasgos generales destaca la autora en ellas? &iquest;Qu&eacute; elemento contrasta con los tranv&iacute;as de otros barrios?</li>
<li> La autora habla de &laquo;una mancha&raquo; en el tranv&iacute;a &iquest;cu&aacute;l es? &iquest;Por qu&eacute; la llama as&iacute;? &iquest;Qu&eacute; rasgos contrastan con el resto?</li>
<li> El nene que sostiene la mujer no tiene el mismo aspecto que ella &iquest;qu&eacute; nos indica eso?</li>
<li> La reacci&oacute;n de los viajeros cuando la mujer explica su situaci&oacute;n tiene varios momentos. Se&ntilde;&aacute;lalos. &iquest;Son realmente caritativos?</li>
<li> En el Realismo, las descripciones son muy importantes como elemento de ambientaci&oacute;n; se&ntilde;ala las que utiliza el texto y qu&eacute; funci&oacute;n cumplen.</li>
<li> &iquest;Observas diferencias en el lenguaje de cada una de las partes del relato? &iquest;Y entre el modo de hablar de la mujer y el resto de los viajeros? Explica a qu&eacute; se deben. &iquest;Por qu&eacute; al primer ni&ntilde;o se le llama beb&eacute; y al otro simplemente ni&ntilde;o?</li>
<li> Se&ntilde;ala las caracter&iacute;sticas del Realismo que muestra el relato.</li>
</ol>
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<a href="applewebdata://6323E624-6344-408E-B39E-84096E7DB7CE#_ftnref1" name="_ftn1">[1]</a> Encas: en franc&eacute;s, sombrilla que puede servir tambi&eacute;n como paraguas.
<a href="applewebdata://6323E624-6344-408E-B39E-84096E7DB7CE#_ftnref2" name="_ftn2">[2]</a> El que el t&eacute;rmino aparezca entrecomillado indica que en la &eacute;poca todav&iacute;a se percib&iacute;a como extranjerismo.
<a href="applewebdata://6323E624-6344-408E-B39E-84096E7DB7CE#_ftnref3" name="_ftn3">[3]</a> Rasol&iacute;s: rasoliso, cierto tipo de tela de raso.
<a href="applewebdata://6323E624-6344-408E-B39E-84096E7DB7CE#_ftnref4" name="_ftn4">[4]</a> Perro grande: moneda de diez c&eacute;ntimos (de peseta), llamada as&iacute; porque en una de sus caras ten&iacute;a una figura de un jinete que parec&iacute;a un perro.Tambi&eacute;n se conoc&iacute;a como perra gorda.

Observaciones y contexto

Se estudia en la materia de Lengua Castellana y Literatura.

Emilia Pardo Bazán pertenece a las literatura de la segunda mitad del siglo XIX, junto con Cecilia Böhl de Faber, Concepción Arenal, Concepción Gimeno de Flaquer, Patrocinio de Biedma, Rosario de Acuña, Benito Pérez Galdós o Leopoldo Alas.

Descripción

Comentario de texto del relato En tranvía, de Emilia Pardo Bazán. A través del análisis del mismo se pretende:

Trabajar la comprensión en textos narrativos y repasar algunos de sus elementos.
Estudiar la literatura realista a través de un ejemplo ilustrativo.
Analizar los elementos críticos que se pueden hallar en un cuento de este tipo.

Respuesta

Documentos

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